miércoles, 9 de diciembre de 2009
La historia de una foto
Esta foto seguramente todos la vieron y se sorprendieron. Es cierto que forma parte de muchas presentaciones ppt que circulan por nuestro correo electrónico. Lo interesante es conocer la historia de la misma.
Kevin Carter, es el autor de la misma y evidentemente un genial fotógrafo. La tomó en la aldea de Ayod, en Sudán, zona conocida como El Triángulo de la Hambruna.
Vendió la foto (por la cual, dicen, se demoró 20 minutos en tomarla ya que esperaba que el buitre abriera las alas para una mejor toma… que nunca se dio) al New York Times y la imagen se convirtió en un símbolo de la hambruna y fue usada en infinidad de pósters y campañas. Sin embargo, llegaron a la mesa de redacción muchas cartas preguntando qué fue de la niña. Qué había hecho el fotógrafo para ayudarla. Carter, seguramente sorprendido, confesó que no había hecho nada. Supuso, dijo, que se había levantado con sus mismas fuerzas y que llegó al comedor de su aldea sola.
La imagen se volvió un boom y Karter gano muchos premios y contratos jugosos. Dio la vuelta al mundo y fue portada, incluso, de la revista Time. No obstante, viviendo el mejor momento de su carrera, Carter, estimulado por las constantes críticas (se le comparó, incluso, con el buitre), revivió el asco que sentía por la vida: “El mundo es una porquería y yo solo le tomo fotos”. Kevin empieza a sentirse “atrapado por imágenes de asesinatos y cadáveres, furia y dolor, niños heridos o muriéndose de hambre, hombres que aprietan el gatillo con alegría, policías y ejecutores… El sentimiento de culpa quizá tenía que ver con nuestra incapacidad de ayudar.
El 12 de abril de 1994 el New York Times llama a Carter para comunicarle que ha ganado el premio Pulitzer. La celebración le resultó imposible: “Es la foto más importante de mi carrera, pero no estoy orgulloso de ella. No quiero verla. La odio”. Y así, en medio de la conmoción que sentía y luego de apenas cuatro días de ganar el premio más importante del periodismo gringo, Carter escucha por la radio que uno de sus mejores amigos y miembro como él del Club Bang Bang, Ken Oosterbroek había sido asesinado en Tokoza (Sudáfrica), por un bala perdida que impactó en su cabeza, en uno de los tantos enfrentamientos que él cubría.
“La muerte de Oosterbroek dejó devastado a Carter quien regresó a trabajar a Tokoza al día siguiente… más tarde le dijo a sus amigos que él y no Ken ‘debía haber recibido esa bala’” (texto sacado del libro: The life and death of Kevin Carter).
Luego de la muerte de su amigo y luego de que Nelson Mandela llegara a ser el nuevo presidente democrático, él se liberó de la coraza que lo protegía. Perdió su único motivo para vivir: Ahora la guerra había terminado y él se encontraba libre. Como uno más. Y así, todo lo vivido y sufrido se empozó en un charco de culpa. La mirada en retrospectiva lo torturó. Las imágenes de la niña y su amigo muerto lo perseguían y se hundió en una inmensa depresión. No podía trabajar y si lo hacía, caía en errores tontos y absurdos como olvidarse de los rollos, llegaba tarde a las entrevistas, no le ponía pilas al flash, etc.
Tres meses después, el 27 de julio de 1994, asqueado de todo lo visto y con una indescriptible depresión, Carter se fue con su Nissan rojo a la orilla de un río donde había jugado cuando era niño. Encendió su walkman y, luego de conectar una manguera al tubo de escape y hacerla entrar a la cabina del carro que estaba sellada, murió asfixiado. En su carta de despedida, entre otras letras, dijo: “Realmente lo siento. El dolor de la vida, de vivir, anula la alegría hasta el punto que la alegría misma, no existe”
Resumen extraido de:
http://www.periodismoenlinea.org/200905083982/Opinion/El-buitre-y-la-etica.html
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